Nacimos sólo para luchar,
de batalla amplio campo es la tierra.
Es reñida y constante esta guerra,
es la herencia de los hijos de Adán…
Al enfrentarse con la expresión «soldados de Cristo», algunos pueden sentirse un poco incómodos y pensar en guerra, lucha, muerte, destrucción. A otros, sin embargo, la expresión les provoca entusiasmo y les hace pensar en victoria, conquista y valentía. ¿Pero a quienes se refiere este antiguo himno religioso, del cual usamos una estrofa como epígrafe? ¿Quiénes son, después de todo, los soldados de Cristo? ¿Hay una guerra? ¿Qué guerra es ésta?
¡Si! estamos en guerra. Y no se trata de una pequeña revuelta ni de una guerrilla sin mayores consecuencias. Estamos en medio de aquella que podría ser la mayor batalla jamás peleada por la humanidad, la lucha entre el bien y el mal. Una guerra de valores que no es una batalla metafórica, sino completamente real, conforme bien describió el Apóstol Pablo en su Carta a los Efesios:
Finalmente, hermanos, fortaleceos en el Señor, por Su soberano poder. Revestíos con la armadura de Dios, para que podáis resistir las trampas del demonio. Pues no es contra hombres de carne y hueso que tenemos que luchar, sino contra los principados y potestades, contra los príncipes de este mundo tenebroso, contra las fuerzas espirituales del mal esparcidas en el aire. Tomad, por tanto, la armadura de Dios, para que podáis resistir los días malos y permanecer inquebrantables en el cumplimiento de vuestro deber (Ef 6, 10-13).
Desde el Génesis al Apocalipsis, las Sagradas Escrituras contienen relatos de luchas. La palabra “batalla” aparece 68 veces y la palabra “guerra” 228 veces. No incurrimos en una exageración al decir que el Libro Sagrado es una historia de guerra, una guerra que comenzó con Adán, allá en el jardín del Edén, cuando él y su mujer fueron engañados por la serpiente y cayeron en el pecado de la desobediencia, cuyas consecuencias vivimos hasta hoy. Tuvo sus inicios con Adán, permeó a toda la historia del pueblo hebreo, culminó con la traición, suplicio, crucifixión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo y se extiende hasta la batalla final, presente en el mundo actual.
En medio del alud de infames calumnias y mentiras recientemente levantadas contra los Heraldos, tristemente volvemos a encontrarnos con la sagacidad de la serpiente astuta que engaña a las personas distraídas que toman el mal por bien, ya sea por no saber que es malo, o por relativizar: a sabiendas de que es malo a lo mejor no lo es tanto…
El mal nunca es pequeño y termina extendiendo sus tentáculos en todas direcciones. Tanto es así que, entre las «acusaciones» hechas a los Heraldos, a la ligera atribuyeron a Monseñor João Clá, fundador de los Heraldos del Evangelio, la autoría de «rumores sobre el fin del mundo», una acusación basada en el viejo y desgastado ardid de que los Heraldos lavan el cerebro a sus miembros. Utilizando (con poco o ningún conocimiento de causa) el término francés bagarre, que significa agitación, confusión, caos, los detractores acusan a Monseñor João de haber inventado ese teatro para amedrentar a los que están más cerca de él. ¡Duele tal estupidez!
Cierto es que Monseñor João ha escrito decenas de libros (algunos publicados por la Librería Editora Vaticana) empero no escribió ninguno de los textos de la Biblia. No escribió los Evangelios ni el Apocalipsis. Atribuirle la autoría de las palabras pronunciadas por Jesús y sus apóstoles es sinónimo de ignorancia y desesperación, ya que solo las personas desesperadas actúan sin pensar, hablan sin saber y acusan sin poder probar. Traicionan y venden, como lo hizo una vez Judas. Oremos para que no sigan el espantoso ejemplo de Judas que, al condenarse a sí mismo, perdió para siempre la posibilidad de arrepentirse…
Sí que estamos inmersos en una batalla, y el campo de guerra en el que vivimos da visos del tamaño de la destrucción producida por esa lucha entre las tinieblas y la luz. Y los soldados, mis amigos, en antaño se llamaron Noé, Abrahán, Moisés, Josué, Samuel, Rut, Ester, David, Pedro, Pablo, Juan y tantos otros mencionados en la Palabra. Después de ellos, vinieron muchos otros que dieron su vida por la causa de nuestro Señor y fueron agredidos, atacados, calumniados, perseguidos y martirizados. Sufrieron persecuciones desde fuera y dentro de la propia Iglesia que, tiempo después, reconoció el valor de cada uno de ellos.
A estos soldados les llamamos santos y es sobre ellos que este espacio tratará. Es bueno recordar que no les corresponde únicamente a los santos librar esta guerra, y que una batalla no se pelea solo con generales. De estos últimos depende trazar la estrategia, preparar, alentar y enviar tropas al frente, pero se necesitan soldados de todos los rangos para hacer la batalla. Soldado somos cada uno de nosotros, porque todos hemos sido llamados a la santidad y esta es una conquista de cada día, hora por hora. Para que no perdamos el ánimo y mantengamos encendida la llama de la fe, les invitamos a hacer un viaje por la vida de los santos perseguidos. Santos conocidos y desconocidos cuyos recuerdos nos deben de servir de inspiración, sus sufrimientos fortalecernos y sus ejemplos impulsarnos.
(*) Izilda Alves de Oliveira es licenciada en Letras por la Universidad de São Paulo, graduada en Psicología por la Facultad Municipal Prof. Franco Montoro y posgraduada en Docencia de Enseñanza Superior por el SENAC/SP.