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Monseñor João: ¡Amaos unos a otros!3 minutos para ler

En la homilía pronunciada el 21 de mayo de 2006, el fundador de los Heraldos del Evangelio, Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP, demuestra cómo el mandato de amarnos los unos a los otros es una orden de Dios, no sólo un consejo… Porque el amor que Dios nos tiene hay que representarlo, reflejarlo en la familia, en el trato de los padres con los hijos y de los hijos con los padres, siguiendo el ejemplo de María.

Vea un fragmento:

A continuación, transcribimos las palabras de Monseñor João Clá[1]:

Nuestro Señor nos dice aquí: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”.

El amor de la madre es un amor que, cuando es santo, es el amor de Dios representado en la naturaleza humana. Lo máximo, el pináculo de ese amor que Dios nos envía… Porque Él no nos dice que aconseja que nos amemos, Él no dice que sugiere… Él dice que manda, es una orden: “Este es mi Mandamiento: ¡Amaos los unos a los otros como Yo os he amado!”. Y este pasaje termina, diciendo: “Yo os ordeno, amaos los unos a los otros como Yo os he amado.” Es necesario que nosotros nos amemos como Él nos amó.

Y entonces ahí tenemos a Dios que nos da un extraordinario ejemplo del amor que nosotros debemos tener por los demás, que las madres deben tener por sus hijos, que los padres deben tener para con sus hijos, que los padres deben tener para sus familias, que todos debemos tener para nuestras familias. Debemos tener un amor que es el amor de desear, hasta el fondo del alma, todo el bien para los que son nuestros, todo el bien para los que están cerca de nosotros, todo bien para los que vendrán después; debemos desear el bien para todos.

“Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. Si la humanidad siguiera este precepto, no estaría en el caos actual… […]

Nunca una madre ha amado tanto a su hijo como la Virgen María amó a Nuestro Señor, sin embargo, lo entregó sin ninguna queja: es un ejemplo de amor puro. […]

Ella es para nosotros un extraordinario ejemplo de madre. Madre como Ella no la hubo, no la hay, ni la habrá, porque Ella es el mejor ejemplo de las madres. Por eso, en este desapego que Ella tenía en relación con su Hijo, en esa adoración -porque sólo en Ella caben estos extremos tan extraordinarios- ya que ella amaba hasta la adoración, y al mismo tiempo estaba completamente desprendida en relación con su Hijo. ¡Sólo Ella!

Ahora, las madres pueden dar a sus hijos una vida estupenda llamada: vida eterna, vida de felicidad, vida de convivencia con Dios, vida de contemplación, vida divina, vida de gozo eterno, placer eterno de vivir con Dios. Y esto se hace encaminando a los hijos en el camino correcto de la virtud, en el buen camino de la religión, en el buen camino de la Iglesia.

Que sean felices en la realización de la educación de sus hijos, felices en ese sentido: que puedan dar a sus hijos mucho más que bienestar físico, mucho más que dinero, mucho más que felicidad física y material, que todas las madres aquí puedan dar a sus hijos y a sus hijos hijas mucho más que eso: que puedan darles una eternidad feliz. Y eso es lo que también deseo para cada uno de los padres, para cada una de las madres: una eternidad feliz. Una eternidad donde sientan en las profundidades del alma cuánto son amados por Dios.


[1] Extractos de la homilía del 21 de mayo de 2006.

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