En la homilía pronunciada el 30 de agosto de 2009 en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario, en Caieiras (São Paulo), el fundador de los Heraldos del Evangelio, Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP, analiza la inmensa responsabilidad que significa, para los padres, educar a los hijos recta y santamente en función de Dios, del Juicio y de la eternidad. El esfuerzo por la santificación mutua de los cónyuges se completa con el compromiso santificador de ambos en relación con los hijos. Si cuidamos tanto de los tesoros terrenales, ¿cómo no íbamos a tener que cuidar de ese tesoro incomparablemente superior, que es la vida eterna?
Vea el extracto:
A continuación, las palabras de Monseñor João Clá.
Extracto de la homilía del 30 de agosto de 2009:
El objetivo principal de la familia es dar a sus hijos una verdadera educación. Enseñar al niño a comer está muy bien, educar al niño para tener buenos modales es muy recomendable, incluso es necesario, es indispensable; educar a sus hijos para que entren en la sociedad y se sepan relacionar, dar formación intelectual, dar una carrera, hacer que el hijo sea un abogado, un ingeniero, etc., un médico, todo eso es genial. Pero esto es enseñanza humana. Por encima de esta enseñanza es necesario, es esencial, hacer que los hijos entiendan que han sido creados por Dios y que están enteramente puestos en las manos de Dios; animar a los niños a la práctica de la virtud, alentar a los niños a santificarse y a que sean santos. […]
Si tuviéramos un hijo —o una hija— que todavía es menor de edad, y que. por alguna razón, digamos, una de las mil familias más ricas del mundo, decidió dejar toda su herencia a esta niña o a ese niño; y todo el dinero que aquella familia tenía fue a parar a manos del chico o de la chica con la indicación de que solo puede tocar toda esa fortuna hasta los dieciocho años; ¿acaso los padres no se encargarán de que la niña o el niño no pierdan ni un centavo de toda esta fortuna?
Yo tengo una tremenda obligación con la santidad de mis hijos. Debo asegurarme de que tengan toda la protección para la práctica de la virtud, y yo seré responsable ante Dios por el período que ellos han estado en mis manos y no los formé… Más o menos como yo sería responsable ante un juez, más tarde, si perdiera toda la herencia de mi hijo, toda la herencia de mi hija. Cuando cumplen sus dieciocho, diecinueve, veinte años, se dan cuenta de que la fortuna fue mal administrada, mal dirigida, y ya no queda ni un centavo.
¿Cuántas veces sucede que un hijo o una hija, presentan una demanda contra sus padres porque dilapidaron lo que les pertenecía? ¡Oh!… Y el día del juicio, tener un hijo, una hija, que, con su dedo, señala: “¡Me perdí por tu culpa! ¡Tu educación fue pésima! ¡Soy ingeniero, médico, soy… pero no tuve la más mínima formación moral! ¡Y llegué delante de Dios no sólo con las manos vacías sino con las manos llenas de podredumbre, porque viví en pecado, y viví en pecado por causa de la mala educación que me disteis!”. ¡Oh!…
Qué maravilloso, qué reconfortante es encontrarse, en el día del Juicio, con los propios hijos, con las propias hijas, llenos de gloria, y los hijos queriendo abrazar a sus padres, diciendo: “Padre mío, madre mía, si estoy aquí en esta gloria contigo, es por toda la hermosa educación que me disteis. ¡Qué maravillosa fue la enseñanza que me disteis acerca de Dios, acerca del Cielo, sobre la vida eterna, sobre la doctrina, sobre la moral, sobre la santidad!”. Fue mi padre, mi madre, que me lo concedieron… ¿Cuántas veces les dí un beso en la mejilla? Ahora quiero besar las manos y los pies de cada uno. ¿Por qué? Porque ahí está la culminación de una vida moral que recibí, y después, premio sobre premio”. […]
Y así debe ser la conducta de nuestras familias. Debemos ser familia, constituir una familia unida. El marido, preocupado por la santificación de su esposa e hijos; la mujer, preocupada por la santificación de su marido y de los hijos.